El obispo Tissera pidió agradecer a quienes “hicieron más de lo que se sus obligaciones exigían durante la pandemia”

«Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús», destacó el obispo Carlos Tissera durante el mensaje por la Navidad y el Año Nuevo.

«La Navidad es una invitación a la alegría. El Ángel del Señor dice a los pastores de Belén: “no teman porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo” (Lc. 2, 10).

Ha sido un año doloroso y desgastante. La pandemia que hace casi dos años se desató sobre la humanidad ha hecho sentir su rigor. Las consecuencias son aún incalculables, considerando no sólo el orden material y económico, sino que ha afectado la salud física y mental de muchísima gente, de toda edad, y ha sacudido la vida y el desarrollo institucional de la sociedad entera.

Pareciera que el panorama no implicaría llenarse de alegría. Sin embargo, hay algo que enardece el espíritu creyente para anunciar con profunda alegría que Dios ha nacido. La Navidad es la celebración cristiana que nos hace presente el misericordioso designio de Dios: se hizo uno más para salvar a todos. Ninguna religión había anunciado algo igual. El omnipotente Creador del universo, se hizo criatura, se hizo niño. A él adoraron los pastores; a él visitaron los magos de Oriente guiados por una estrella. La escena de ese crudo invierno es humilde por donde se la vea. Una joven madre, un esposo carpintero, venidos de las periferias, de Galilea de los gentiles, los últimos del pueblo de Israel. Al no encontrar alojamiento, gracias al burro que necesita comer, nace en ese establo, el pesebre que María transformó en la primera casa de Jesús.

Para estos tiempos difíciles ¡qué bien nos hace contemplar el pesebre de Belén! Es probable que se nos llenen los ojos de lágrimas. Estamos muy sensibles. Ojalá el dolor que sufrimos nos humanice, nos haya enternecido el corazón. No para vivir de sentimentalismos, sino para que la fe cristiana que Dios nos ha regalado se haga vida, nos transforme en nuevas personas, más sensibles al dolor del prójimo.

 Ver al Niño que tirita de frío en el crudo invierno de Belén, sin más calefacción que el aliento de los animales, nos haga semejantes a María y a José, que estando llenos del Espíritu buscaban, aunque con incomodidad y sinsabores, hacer lo que Dios les proponía. Aceptan con serena alegría la voluntad del Señor. El ardor de salvar al mundo por el camino del amor y de la misericordia.

Nuestra oración despertará sentimientos; tenemos que abrazarlos como un regalo, una gracia. Ellos nos fortalecerán para hacer de esta realidad cruda que vivimos un mundo más fraterno y solidario. Que Jesús, con su ternura de Niño, nos ayude a despojarnos del lastre del pecado; de ese egoísmo y de esa soberbia que nos ensimisma y nos empuja a despreciar al hermano, a la hermana que está a mi lado. ¡Nace Jesús, somos hermanos y hermanas!

En verdad, durante todo este tiempo de pandemia, Jesús nacía en los corazones de tantas hermanas y tantos hermanos que generosamente y con prontitud atendieron a enfermas y enfermos, en los centros hospitalarios y de emergencia, en los puestos sanitarios, en los lugares de contención comunitarios, comedores y merenderos, hogares y refugios.

 Tantos y tantas que reconocieron a Jesús en la humildad de la impotencia y la total dependencia. Pequeños gestos, como ese profesional de la salud que acercaba su propio teléfono para comunicar a sus pacientes con la familia, los que restaron tiempo a sus familias para socorrer a otras personas desconocidas, pero necesitadas de auxilio.

Tantos servidores y servidoras que con delicadeza hicieron mucho más de lo que sus obligaciones laborales les exigían. Todas estas personas diseminadas a lo largo y ancho de la diócesis y de todo el país, merecen nuestro agradecimiento y reconocimiento, porque hicieron nacer a Jesús en medio de condiciones muy adversas, y lo cuidaron con amor. Esas personas han sido verdaderas samaritanas que se conmovieron ante el ser humano que está a orilla del camino y lo asistieron. Hicieron que cada día sea Navidad.

Festejemos el nacimiento de Jesús en familia, con aquellos que tenemos cerca. Recibamos a quien está sola, solo y al desamparo. Abramos el pesebre de nuestro corazón para que Jesús nazca, sintiendo que los demás son mis hermanos y mis hermanas. Que ese humilde Niño de Belén me regale sus mismos sentimientos».